Nefelibatas (por Hazel B)

Posted: sábado, 27 de febrero de 2010 | Publicado por Miguel Muñoz | Etiquetas: , , , ,

Ana estudia marketing y planea su futuro como prominente emprendedora de los negocios multinacionales. Su cara lleva tristeza acumulada por más de dos décadas. Nadie sabe su edad, sólo que no es lo suficientemente joven como para ser virgen ni demasiado vieja como para perder su membresía al Club 27. Es fea, para qué ocultarlo, sus manías desagradables espantan a los viejos, enloqueciéndo de furor a los niños que se le acercan, curiosos por sus ropas de gitana. Ropas que importó del verano pasado, del vagabundeo vacacional por pueblitos jipis o aldeas indígenas. Fuma. Fuma tanto y sin descaro que agota encendedores y cerillos más que la leche del desayuno, si es que lo toma. Ana no tiene padres.
Julián tiene un porte de atleta, producto de una infancia a base de plátano y plátano, y algo más de plátano ecuatorial. Su nombre bonito siempre anda solo, se esconde de su apellido trazado por el prejuicio, demasiado vulgar como para nombrarlo. Una década y un lustro vieron pasar a Julián bajo el sol, faenando al son de las olas en algúna playa adornada de selva. La gran ciudad se vislumbraba como su gran esperanza, lo sigue siendo, solo que con la máscara de la tragedia y un carpe diem miserable y hambriento de un mejor destino. Julián no fuma, al menos no en el sentido corriente del término, él fuma hierba seca en hojas de biblia, y si la ocasión lo amerita, adorna su marihuana en zanahorias, manzanas y talvez en cierta construcción de papel de aluminio que se atreve a llamar pipa.
El año es el 2010. La ciudad se explaya bajo el sol en todo su esplendor, cientos de metros de tubos de aluminio se codean con miradas tristes, bocas alegres, gente vendiendo, gente comprando, todo al son de los coches cayendo en baches, niños saltando grandes charcos de agua (que no precisamente cayó del cielo) y cierta nube gris que se aproxima con velocidad sempiterna.
El día es caluroso y las personas van aprisa pero los vehiculos no, así como la lengua viaja más rápido que la mente. Los aparatejos de cuatro ruedas se rozan, chocan, y se coquetean entre sí. Al pie de un cerrito que sostiene un centro de estudios Ana espera un taxi, aquella mania de alquilar un carro para llegar más rapido, ya que no se acostumbra a la versión sudorosa del metro de New York. Al mismo tiempo Julián recorre cierta avenida que rememora cierta independencia y lo hace moviendo sus piernas como si corriera, porque está corriendo, y atrás suyo corren dos más. No es un juego, o talvéz si, pero no hay tiempo de pensar en ello. Julián los deja atrás sorteando los carros y tirando al suelo al joven que balanceaba tres machetes que emitían grandes destellos azulados, uno de ellos fue a parar a la cabeza calva de uno de los perseguidores de Julián.
Ana finalmente toma un taxi, lo mira como si mirara a un pretendiente o a una cucaracha, da su dirección y ofrece un precio, el chofer la mira con ojos de lascivia y da su valor, Ana acepta y sellan el pacto. Ella duda antes de subirse y opta por el asiento trasero, queriendo pensar que por seguridad pero lo hizo por vanidad y querer estar lo más lejos posible de esa mirada lujuriosa. Ellos avanzan por la avenida, cruzan el puente sobre el río que apesta y están prestos, al menos el taxista sí, a virar en la primera transversal cuando divisaron cierto tumulto más adelante.
Julián volteó la cabeza una vez más y agradeció a la Santa María de haberla librado de sus malhechores, abrazó bien su botín y su trueno y con la convicción de un ejecutivo gubernamental subió al primer vehiculo que se le cruzó y amenazando al rechoncho y asustado conductor le pidió que por su puta madre no detenga el vehículo por ninguna razón hasta nueva orden.
Ana y Julián nunca se conocieron, ni lo harán. Por extrañas coincidencias de la vida se habían cruzado varias veces por la calle en el transcurso de su existencia, sin siquiera reparar en la presencia del otro. Hoy lo hicieron de nuevo.
El dia se marcaba hermoso con las nubes de lluvia a los costados y un gran sol canicular en el centro de un cielo azul como nunca antes se vio.
Un automovil recorriendo un trayecto incierto a gran velocidad colisionó la parte trasera de cierto taxi, destrozando el cuerpo de cierta muchacha de cara triste y ropas de gitana.
Ana y Julían cerraron sus vidas en un abrazo de acero, caucho y cristales rotos. Ellos volaron sobre alas ajenas. Ella selló sus anhelos con alivio, al fin y al cabo nunca quiso ser parte del espectáculo. Él nunca consiguió lo que su esperanza le deseaba, talvez porque eso nunca existió. Hoy murieron, mañana serán portada de cierto diario, el dia después de mañana sus almas gritarán en calma y en el infierno donde crecieron reinará la desesperanza, como siempre.

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